Revista Aula

Diálogos por la igualdad educativa

A Felipe Martínez Rizo

Pedro Flores-Crespo
Pedro Flores-Crespo

En 2024, el historiador Thomas Piketty y el filósofo Michael Sandel sostuvieron una conversación sobre igualdad en la Facultad de Economía de París, Francia. 

Como se sabe, el primer autor publicó, en 2013, un libro que señala, a grandes rasgos, que la acumulación de capital, no necesariamente conlleva mayor igualdad. Por ello, propone cobrarle impuestos a los más ricos. El segundo autor, por su parte, produjo un sugestivo texto en 2020 llamado la “Tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?”. Ahí, Sandel sostiene que lo que una persona logra es producto de algo más amplio que el esfuerzo individual. No nos hacemos solitos.

El diálogo entre estos dos profesores universitarios fue publicado este año por Polity Press y es digno de discutirse por al menos 4 razones. En primer lugar, porque Piketty recuerda que la desigualdad existente, aunque aún es pronunciada, no es mayor que hace 100 ó 200 años. Sostiene que hemos avanzado y esto ha sido gracias a la movilización social y presión política por alcanzar mayor acceso a bienes que la gente p-e-r-c-i-b-e como importantes. Uno de ellos es la educación.

Segundo, el profesor de Harvard, Michael Sandel, toma la batuta para hablar de la desmercantilización (decommodification) de la economía y de la vida social para que el “dinero valga menos” y en ello, Piketty, académico de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, complementa diciendo que también hay que redistribuir mejor los bienes. 

¿Podrá el dinero dejar de ser “poderoso caballero”? Sandel enfatiza que la educación universitaria en Estados Unidos está altamente mercantilizada (highly commodified). Es decir, que los estudiantes (y sus familias, agregaría yo) la consideran solamente como un instrumento para lograr un “buen” empleo y tener dinero, dejando de lado lo que han sostenido filósofos por siglos: el aprendizaje tiene un valor intrínseco, es decir, vale por sí mismo y no sólo por los beneficios que acarrea.

Un tercer punto por el cual pienso que debemos interesarnos en esta conversación es que nos lleva a pensar cómo valorar lo que es realmente importante. “Hay que discutir el modo apropiado para tasar los bienes”, señala Sandel. 

En este sentido: ¿cómo hemos valorado el saber y los conocimientos en México? Uno podría, por ejemplo, apantallarse de las instalaciones que mantienen algunas instituciones privadas de educación superior. Pero, ¿está la imagen de lujo relacionada con el crecimiento intelectual? Si tienen tantos recursos, ¿qué aportan sus científicos, profesores y egresados al bien común? Discutámoslo, como proponen Sandel y Piketty.

El cuarto punto para revisar este libro sobre igualdad es la crítica que se hace al mérito. Éste, para Sandel, es algo valioso y no habla de erradicarlo, sino de ubicarlo dentro de una visión más realista. En EU, el mérito se ha convertido en una “tiranía” al hacerle creer a los “ganadores” que pueden mirar sobre el hombro al looser. Con ello, se justifica la desigualdad y esto es claramente un error en cualquier sociedad. 

Ojalá en México las universidades organicemos diálogos por la igualdad donde no perdemos de vista las distintas y complementarias dimensiones, pues si bien somos “sujetos y objetos a la vez de nuestro esfuerzo”, como bien diría Pablo Latapí Sarre y sin éste, la educación “carecería de sentido”, la existencia humana no es “plenamente inteligible”. “Somos seres-en-el-límite, a veces triunfadores y muchas veces perdedores”. Ser conscientes de esto es uno de los propósitos de una buena educación.

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