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¿Usted es la autoridad encargada de diseñar los currículos en su institución educativa? Asegúrese de hacerlo todo mal

Jorge Gastélum Escalante

“Es espantoso que gente tan ignorante tenga tanta influencia”

George Orwell [1984].

Si usted es una de esas «autoridades» definidas desde el organigrama, y tiene a su encargo ―entre otras funciones académicas― el diseño de currículos escolares, esta guía le servirá para ser congruente con el axioma del Filósofo de Güemes: «el que sabe-sabe, y al que no, lo hacen jefe».

Como toda disciplina, el campo del currículo también tiene sus conceptos y sus clásicos. Entre los conceptos, en español el singular se refiere como el currículo; los currículos en plural. Pero si usted quiere adornarse, en singular y en latín hable del curriculum, y de los curricula en plural. Ahora, si desde el concepto quiere empezar a mostrarse como un ignaro en el campo, use el bárbaro «la currícula». Engole la voz al decirlo. Impresione a sus huestes.

Entre los clásicos, Ralph W. Tyler es considerado uno de los primordiales de la teoría curricular. Así también, Hilda Taba. El libro de Tyler, Principios básicos del currículo, se editó en 1949, mientras el de Taba, Elaboración del currículo, salió a la luz en 1962. Taba colaboró con Tyler en el «Estudio experimental de ocho años», una investigación que, según Taba, sentó «las bases de una teoría amplia para el planeamiento del currículo». Entonces surgió el concepto de los objetivos de la conducta en la educación. Se cuenta que algunos investigadores participantes le advirtieron a Tyler que dicho estudio tenía un modelo de evaluación, pero no de currículo. Tyler, quien esa tarde se encontraba cenando con Taba, tomó una servilleta y ahí esquematizó lo que se conocería como su modelo curricular. Ambos, Tyler y Taba, hablan de racionalidad ―y hasta de cientificidad y sabiduría― al planear un currículo, y le concibieron una lógica indefectible. Después de ellos vinieron diversos autores (Arnaz, Glazman e Ibarrola, Panza, Díaz Barriga-Arceo, etcétera; hasta yo tengo un libro, en coautoría, al respecto) la mayoría variaciones sobre el mismo esquema: diagnóstico-objetivos-contenidos-experiencias de aprendizaje-evaluación.

Para diseñar un currículo, Tyler propone partir de los objetivos, lo que supone: primero, identificar los propósitos educativos, es decir, ¿qué se quiere lograr con el currículo?, y segundo, establecer metas claras y precisas para el aprendizaje. Así, para este educador ―primero conductista y después constructivista― cuatro son las preguntas fundamentales: 1. ¿Qué objetivos educativos se quiere alcanzar?, 2. ¿Qué experiencias educativas ayudarán a lograr esos objetivos?, 3. ¿Cómo se organizan y secuencian esas experiencias?, y 4. ¿Cómo se evaluará el logro de los objetivos? Para responderlas, siete son las etapas y cuatro los principios. Las etapas, son:

  1. Estudio de los educandos como fuente de objetivos educacionales.
  2. Estudio de la vida contemporánea de la escuela, a fin de enseñar conocimientos actualizados y útiles a la sociedad.
  3. Intervención de los especialistas (los docentes y los expertos en currículo) que son fuente para sugerir los objetivos en las distintas asignaturas de la escuela.
  4. Considerar la filosofía y la psicología del aprendizaje al seleccionar los objetivos, pues éstos deben ser razonables, coherentes y deben representar los valores filosóficos de la institución. La filosofía es «el primer tamiz», mientras el segundo es la psicología.
  5. Seleccionar las actividades de aprendizaje es la quinta etapa, la que consiste en organizar los objetivos para seleccionar y orientar las actividades de aprendizaje.
  6. La sexta etapa la constituye la forma de organizar las actividades de aprendizaje.
  7. La séptima etapa es evaluar la eficacia de las actividades de aprendizaje.

Y en cuanto a los principios, el currículo debe ser:

  1. Relevante, lo mismo para los estudiantes que para la sociedad, la ciencia y la cultura.
  2. Coherente y lógico.
  3. Flexible, para adaptarse a cambios socioeconómicos, científicos y culturales.
  4. Evaluable de manera continua, para efectuar los ajustes necesarios.

En Tyler el diseño curricular es un proceso dinámico y cíclico. La evaluación constante es clave para asegurar que continúe siendo relevante y efectivo. Suele decirse que Tyler diseñó el esquema y que Taba le confirió contenido. Lo cierto es que el libro del primero (quien alguna vez dijo que sólo eran apuntes para su curso en la Universidad de Chicago, que no pensaba publicar), en Ediciones Troquel (Buenos Aires) es de 136 páginas, mientras el de la segunda (misma editorial) es de 662 páginas. En Elaboración del currículo, Taba coincide con Tyler en el diagnóstico de necesidades, la formulación de objetivos, la selección de contenidos y su organización, igual la elección y estructura de las actividades de aprendizaje, y la determinación de qué evaluar y cómo hacerlo.

Véase: para elaborar el currículo, Taba plantea que éste debe basarse en el estudio de la sociedad, la cultura, el aprendizaje y el contenido, vinculando teoría y práctica. Su propuesta dispone de tres criterios: el primero consiste en investigar las demandas y requisitos de la cultura y la sociedad, tanto en el presente como para el futuro; el segundo, disponer de la información sobre el aprendizaje y la naturaleza del estudiantado; el tercero se refiere a la naturaleza del conocimiento, así como a las contribuciones y avances de las disciplinas de las cuales deriva el contenido curricular. Elaborar un currículo consciente, planeado y dinámicamente concebido, debe llevar un orden. Así, para diseñarlo, Taba da siete pasos:

El primero es el diagnóstico de necesidades, que posibilita definir el currículo para un contexto determinado. El contexto significa, como reza la frase de Elliot Mishler: «Meaning in context». Para tornarlo explícito: no es lo mismo un currículo para Tijuana que para Mérida.

El segundo paso se refiere a formular objetivos claros y amplios que brinden una plataforma curricular esencial.
Seleccionar el contenido constituye el tercer paso.
El cuarto consiste en la organización del contenido.
La selección de las actividades de aprendizaje configura el quinto paso.
El sexto es la organización de las actividades de aprendizaje, consistente en establecer los contenidos, estrategias y tácticas de aprendizaje para la formación de conocimientos, actitudes y sensibilización.
Y la determinación de lo que se va a evaluar y de las maneras y los medios para hacerlo, integran el séptimo paso.

Ese es el camino racional tyler-tabiano, pero usted no se pierda en los arduos laberintos de la razón. Entonces: ¿cómo diseñar mal el currículo de una determinada carrera, en una institución específica? Algunos errores comunes que pueden llevar con éxito a un diseño curricular ineficaz, son los siguientes:

Sea instintivo. Haga como su particular intuición le dé a entender. El estudio de la materia educativa es una especialidad (como cualquier otra, la medicina, por ejemplo), pero el hecho simple de que usted es padre o madre y presume que ha instruido a sus hijos o tutorados es suficiente para considerarse educador. En un tema de salud usted consultaría un médico, pero en el caso de la educación usted y sólo usted se basta. Si en la institución en la que usted es la «autoridad» encargada de diseñar los currículos hay especialistas en educación, ignórelos.

No tome en cuenta a los clásicos ¿para qué? Con su muy leal entender basta.

No realice un diagnóstico de necesidades: vaya directo a la receta, eso que denominan «malla curricular» (que, por cierto, es una simple matriz de doble entrada). El diagnóstico sólo le hará perder tiempo, y a usted y a quienes le hicieron jefe les urge el plan de estudios. Facilítese el trabajo: copie y pegue «mallas» diseñadas en otras latitudes; haga un batidillo con las declaradas más exitosas. Es buen ejemplo para sus estudiantes.

No considere la filosofía educativa ni la psicología del aprendizaje que postula su institución. Con su filosofía de vida cotidiana y sus creencias sobre el aprendizaje sobra.

Tampoco repare en la pedagogía y la didáctica acordes con esa filosofía y teoría del aprendizaje, ni piense en el ser humano que formará su currículo ni en la sociedad y campo laboral donde trabajará. No consulte a los empleadores. Con lo que a usted, desde sus impresiones intuitivas le parece bien, con eso basta.

No diseñe objetivos. Aunque estos falten, usted sabe a dónde va. No se deje impresionar por frases como: «el que no tiene objetivos no sabe a dónde va». Es retórica.

Copie y pegue contenidos sin adaptarlos: asegúrese de calcar contenidos de otros currículos sin considerar el contexto local; no adapte el contenido copiado a las necesidades específicas de su institución o contexto. Así como vienen, bienvenidos. Lo que funciona en Mérida sirve lo mismo para Tijuana.

No seleccione ni organice las actividades de aprendizaje. La fórmula laissez faire, laissez passer demostró eficacia en el liberalismo del siglo XVIII.

No obstante usted declare que el centro del currículo son sus estudiantes, diseñe su plan sin considerar las necesidades de los mismos (el discurso es sólo para «adornarse»): ignore sus intereses y capacidades; no los involucre en el proceso de diseño: es una tarea peliaguda (imagínese proyectar una muestra, diseñar una encuesta, entrevistas, pilotarlas, realizar la investigación, procesar los datos, derivar conclusiones…) y usted tiene que quedar bien y oportunamente con quienes lo hicieron jefe.

Enfóquese sólo en la transmisión de conocimientos: priorice transmitir la información sobre la aplicación práctica; descuide capacidades como pensamiento crítico, creatividad, resolución de problemas, colaboración (y todas las habilidades blandas).

Con esto basta para mal diseñar un currículo, pero en la actualidad hay que ignorar con más ahínco el contexto y a quienes explican la realidad presente: que no le importen los ámbitos internacional, del país ni de la región específica de su entidad federativa. No considere las sugerencias de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), por ejemplo los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), en particular el 4, referido a educación; tampoco tome en cuenta las políticas nacionales vigentes, por ejemplo las orientaciones de la Nueva Escuela Mexicana; menos las diferencias socioeconómicas y culturales de la región en la que se instituirá el plan que usted está diseñando. Si lo planeó usted o un equipo comandado por usted, con eso debe bastar. Defiéndalo de manera de cerrarse a toda sugerencia externa. Para eso están el Yo y sus mecanismos de defensa. Autojustifíquese. Las selfies están de moda.

En tiempos líquidos, complejos, de incertidumbre, y de avance de los derechos humanos:

No considere la diversidad ni la inclusión: ignore la diversidad cultural, lingüística y de habilidades de los estudiantes; no incorpore tácticas para abordar las necesidades de estudiantes con alguna discapacidad o que hablen una lengua aborigen.
Diseñe un currículo estático y rígido: no permita la flexibilidad para adaptarse a cambios en la sociedad líquida (Bauman), el paradigma de la complejidad (Morin) ni las incertidumbres causadas por el avance científico-tecnológico (Harari) que han tornado real la ficción de la Inteligencia Artificial.

No involucre a los docentes en el proceso de diseño: ignore la experiencia y conocimiento de los docentes (si acaso tome en cuenta a los afines a usted, pero no olvide: usted tiene la última palabra que para eso es la autoridad); no les proporcione capacitación ni apoyo para implementar el nuevo currículo.

Priorice la evaluación sobre el aprendizaje: enfóquese en la evaluación y los resultados sobre el proceso de aprendizaje; no considere la evaluación como un proceso continuo y formativo.

No considere la actualidad: no incorpore temas ni habilidades relevantes para el siglo XXI (si alguien le habla de las cuatro «ces»: colaboración, creatividad, comunicación y pensamiento crítico, o de las cuatro «aes»: asequibilidad, accesibilidad, aceptabilidad y adaptabilidad, ignórelo: a saber hacia qué intereses conspire esa persona); no actualice el currículo para reflejar los cambios en la sociedad, la cultura, la filosofía, la ciencia y la tecnología.

Diseñe un currículo sin considerar la infraestructura ni los recursos: si, por ejemplo, el currículo requiere un laboratorio para las asignaturas experimentales ¡¿qué importa?! Que los estudiantes se conformen con el discurso; ignore las limitaciones de recursos e infraestructura; no considere la disponibilidad, o no, de tecnología y materiales.

Por último: no evalúe ni revise el currículo con regularidad: no establezca mecanismos para evaluar su efectividad; ni para realizar ajustes y mejoras continuas.

Siga esta receta al pie de la letra y su acto fallido será un acto logrado: diseñar lo más mal posible un currículo. Sólo como corolario de refuerzo: olvídese del diagnóstico y prescriba la receta. No pida una segunda opinión, sosténgase en la suya. Eso de que «lo pensado siempre puede ser mejor pensado» es una ocurrencia bachelardiana. Nomás eso faltaba: que usted se dejara guiar por la epistemología y por el método.

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