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Telesecundaria: sí se pudo

Aunque muchos de los fanáticos de la educación convencional lo dudaron y otros se opusieron, la telesecundaria es una realidad viva. Pocos recuerdan que fue por iniciativa de Álvaro Gálvez y Fuentes, El Bachiller, un locutor culto y entusiasta, y Guillermo González Camarena, un ingeniero innovador, quienes propusieron al entonces secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, la creación de la telesecundaria. El propósito: brindar oportunidad de estudios más allá de la primaria a miles de niños de zonas rurales o de la periferia de las ciudades que de otra manera no tendrían, se quedarían varados.

La Secretaría de Educación Pública lanzó la primera clase el 21 de enero de 1968, al principio del año escolar en el calendario que se estilaba en la Ciudad de México. El Plan de Once Años (que sólo duró un poco más de cinco) tuvo éxito para expandir la escuela primaria. Aquellas aulas prefabricadas, la supresión de las escuelas de tiempo completo para establecer el doble turno y la contratación de miles de profesores (jóvenes recién egresados de escuelas normales a los 18 o 19 años, la mayoría mujeres) levantaron la estadística de egresados de primaria.

La SEP siguió tres vías para solucionar la exigencia de abrir más plazas para estudiar secundaria. La primera y más débil, construcción de más planteles, en especial en zonas urbanas; la segunda, recurrir a las escuelas por cooperación (así les llamaban porque implicaban una vía de privatización, pero para gente pobre); la tercera, la telesecundaria, para gente más pobre todavía.

Si bien en la oratoria gubernamental se decía que era un artefacto de justicia social, el secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, fue más candoroso: los Juegos Olímpicos requerían cantidades inmensas de dinero público. No obstante, la modalidad de educar por televisión resultó una innovación que perdura y que, al final de cuentas, rinde frutos palpables.

Eran los tiempos del autoritarismo del régimen de la Revolución mexicana (ya en decadencia), por lo que hubo escasa crítica publicada, sólo una que otra declaración de líderes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Sin embargo, había reproches, unos fundados, otros en defensa de lo establecido.

Vicente Lombardo Toledano alegó que la telesecundaria ofrecía educación de segunda clase porque consideraba a los campesinos gente de segunda clase. Argumentó que el gobierno debería construir más escuelas y ofrecer el mismo tipo de educación en las zonas rurales que en las urbanas. Apuntó que la telescuola italiana, en la que se inspiraron Gálvez y Fuentes y González Camarena, había fracasado en Italia.

Los líderes sindicales y, tal vez muchos maestros, censuraron la iniciativa porque dudaban de que el modelo de clases dictadas frente a las cámaras de televisión y los maestros monitores fuesen a funcionar. Incluso, el SNTE trató de boicotear el proyecto, pero bastó un gesto del presidente Díaz Ordaz para frenar las críticas del sindicato. Tal vez muchos docentes eran sinceros al descreer en la eficacia de la enseñanza remota, pero, al mismo tiempo, daban muestra de conservadurismo.

Cierto, aún en estos tiempos, de acuerdo con los exámenes que practicó el extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, el rendimiento de los alumnos de ese subsistema es de los más bajos, pero en el último conteo (antes de la pandemia) estaban inscritos casi un millón 400 mil alumnos en 18 mil 743 escuelas que, de otra suerte, estarían fuera.

Evaluaciones de colegas apuntan que, si bien en términos de desempeño del alumnado en pruebas estandarizadas es menor, es un programa que abona a la equidad y muchos de sus maestros son profesionales competentes, más que los del sistema regular.

Sí se pudo, la telesecundaria cumplió 55 años

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