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Reflexión docente

En México, somos 483,868 docentes de educación superior (SEP, 2022). Pero de acuerdo con Javier Mendoza, el número de profesoras y profesores universitarios no ha crecido en la misma proporción que la matrícula de estudiantes en los dos últimos sexenios (2006-2018). Es entonces esperable que atendamos a más jóvenes que en el pasado y la posibilidad de enseñar bajo la diversidad crezca. 

El reto docente está siempre presente al iniciar los cursos. Comúnmente, de los profesores de educación básica hemos aprendido que debemos reflexionar sobre nuestra práctica para poder mejorarla. ¿Cómo enseño? ¿Qué intento dentro del aula y qué logro? ¿De quién y cómo puedo recibir retroalimentación continua y confiable para tener una formación ad hoc a los nuevos tiempos? Trataré de responder a la primera pregunta.

Al dar cursos de teoría social y seminarios de investigación, principalmente, deseo saber por qué las y los estudiantes actúan de determinada manera y cómo podemos cultivar en ellos un pensamiento basado en el razonamiento lógico.

Motivar que comprendan la realidad de una manera más profunda y sensible, asumo, va a convertirlos en buenos pensadores y pensadoras; además de aligerar su vida no escolar al aprender a no juzgar de manera apresurada o a confundir las cosas. Hay que pensar con serenidad.

Para lograr esto, trato de poner en juego la “complementariedad de expectativas”. Esto significa que lo mismo que yo deseo como maestro se corresponde con las aspiraciones académicas del estudiante. Contrario a varios colegas universitarios, no asumo que las y los jóvenes universitarios son abúlicos, irresponsables y conformistas. Quizás porque inicio los cursos expresando tres cosas. 

Primero, no hay una razón de entrada para dudar de su capacidad académica. En la UAQ, cuatro de cada diez jóvenes logran, mediante un examen, ingresar. Esperamos que en el futuro, un mayor número de personas con el deseo y la capacidad para innovar, crear y hacernos pensar distinto, estudie en la universidad pública sin importar la suma de sus “capitales” (económico, social y cultural). Equidad y eficiencia no deben estar reñidos.

Segundo, al organizar la estructura de los cursos, persuado al joven para que nos centremos en lo realmente valioso e importante, es decir, en su aprendizaje y crecimiento intelectual y no solamente en las tablas de calificación. Para lograr esto, busco que le hallen sentido a los contenidos del programa. Realidad y currículum no pueden estar separados.

Lo tercero y último que les expreso a los jóvenes es que todas y todos debemos aprender a dudar y a decir “no sé” porque de este reconocimiento puede surgir la inspiración, diría la poeta Wislawa Szymborska. No sé si sea igual en otras universidades, pero en la mía, advierto que las y los alumnos tratan de responder a todo. Siento que buscan certezas antes de dejarse tocar por lo complejo y meditar sus argumentos. Un estudiante con formación científica no es quien responde bien, sino, como diría el antropólogo Claude Levi-Strauss, quien sabe formular las preguntas correctas.

Hago esta reflexión esperando que pronto el y la docente universitaria tenga la libertad de construir un espacio para reflexionar sobre nuestras prácticas en el aula y así recibir una mejor retroalimentación. En colectivo y con los pares se pueden lograr aprendizajes significativos. 

Investigador de la UAQ

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