La concepción humanista y liberadora de la educación…sabe que el hombre es un ser de la praxis, o un ser que es praxis. Reconoce al hombre como un ser histórico. Desmitifica la realidad, de ahí que no tema su desvelamiento. En lugar del hombre-cosa adaptable, lucha por el hombre-persona, transformador del mundo. Ama la vida en su devenir. Es biófia y no necrófila.
Paulo Freire. Sobre la acción cultural, p. 26.
Tal vez la parte más difícil, o al menos igualmente difícil que el escribir para hacer realidad esta entrega semanal, sea la elección del tema a desarrollar. Este reto lo voy sorteando a veces recurriendo a mi propia experiencia de cuarenta años en la educación, en ocasiones recurriendo a los sucesos de actualidad que van ocurriendo en nuestro sistema educativo nacional o internacional y muchas otras, gracias a las conversaciones que tengo con un buen número de amigos y amigas que están en el medio educativo.
Por ejemplo, el tema de la semana pasada, sobre la ruptura entre el pensamiento, el lenguaje y la realidad, surgió de una charla que tuve al final de mi clase de Doctorado del viernes, con una colega académica muy culta y reflexiva, experta en Humanidades y preocupada como yo por la realidad actual que encontramos dentro y fuera de nuestras aulas universitarias.
De esa charla, planteada obviamente en otros términos, pero ocupada de fondo de esa ruptura, surgió en mí la inquietud de tratar el tema y compartir algunas reflexiones al respecto con mis cinco lectores, para lo que me apoyé en la cita del libro Cartas a quien pretende enseñar de Paulo Freire que puse como epígrafe en el artículo.
El artículo suscitó un comentario que agradezco mucho y otro diálogo breve, como tienen que serlo los que se dan a través de las redes sociales, acerca ya no de esta ruptura, sino del pensamiento pedagógico de Paulo Freire. Este comentario y diálogo con un amigo, experto en educación, me da pie a comentar hoy sobre el cuarto elemento que completa la visión freireana y aporta una dimensión adicional que es el culmen o el punto de llegada de la triunidad entre pensamiento, lenguaje y realidad que abordé en el artículo referido.
Este cuarto elemento es el de la práctica, el de la intervención en esa realidad que idealmente, cuando no existe esa ruptura de la tríada analizada en el artículo anterior, se convierte en praxis transformadora del mundo desigual, injusto y opresor en el que hoy vivimos incluso con mayor intensidad que en la época en que Freire desarrolló su obra pedagógica.
Me apoyo hoy en otra cita, de un libro distinto que se titula Sobre la acción cultural que cito al inicio del artículo de hoy, en el que el pedagogo brasileño plantea precisamente que uno de los rasgos fundamentales de una educación humanista y liberadora como la que él desarrolló como propuesta y acción a lo largo de toda su vida es el de la concepción del ser humano como praxis.
Mientras la educación que él denomina bancaria, concibe al ser humano como cosa adaptable, como un ser que tiene que acomodarse a la realidad tal como la encuentra y responder a lo que se le pide en ella, la educación humanista y liberadora concibe al ser humano como persona crítica, creativa y libre, capaz de transformar el mundo en el que nace y no dejarlo igual cuando muera.
La educación bancaria teme al pensamiento crítico y creativo de los educandos y por ello los convierte en meros objetos en los que se deposita información, contenidos que tienen que ser repetidos, memorizados y mecanizados para aplicarse de manera dócil al ámbito laboral en el que logre encontrar un espacio, lo que da como resultado una especie de robots que siguen instrucciones previamente programadas desde fuera.
Esta educación teme también al lenguaje, porque la palabra es creadora de realidades y puede también derrumbar situaciones injustas u opresivas que no permiten el desarrollo humano ni la justicia. Por eso forma seres a los que despoja de su propia palabra y los hace meros repetidores de discursos vacíos que legitiman las realidades del statu quo.
Una educación bancaria también tiene miedo de que los sujetos caigan en la cuenta de la realidad de opresión en la que se encuentran porque a partir de ahí pueden cuestionarla y buscar las formas para cambiarla. Por ello, la escolarización capacita personas que aceptan la imagen deformada y sesgada que se les presenta de la realidad y son incapaces de criticarla.
Por lo tanto, esta educación teme mucho más a la relación dialógica armónica entre los tres elementos que considera de alto riesgo porque pueden afectar los intereses de quienes gobiernan y de quienes tienen el poder económico.
Es por eso que en una gran proporción, la responsabilidad de la ruptura entre pensamiento, lenguaje y realidad se debe al predominio de la educación bancaria en nuestro sistema educativo o si vemos a gran parte del mundo, de nuestros sistemas educativos que responden en sus modelos y estructuras curriculares a los intereses del mercado global que requiere mano de obra calificada y técnicos de alto nivel pero no ciudadanos creativos, críticos y responsables que se hagan cargo del mundo y se encarguen de su transformación.
De ahí que el cuarto elemento que es la práctica también está roto internamente y en su relación con la tríada pensamiento-lenguaje-realidad. Por eso encontramos que las prácticas de quienes egresan del sistema o los sistemas educativos en cualquier nivel, ya sea en la educación media o en la superior e incluso muchas veces en el posgrado, resultan mecánicas, repetitivas, reproductoras del sistema imperante y faltas de creatividad y de compromiso social.
Para cambiar esas prácticas sin sentido a verdaderas praxis transformadoras del mundo se requiere restaurar la triunidad entre pensamiento, lenguaje y realidad. Formar seres humanos que sean mirados como personas, como sujetos históricos que, si desarrollan su pensamiento crítico y creativo, conectado con un lenguaje que emane de ese pensamiento y sea palabra propia y apropiada y con una realidad a la que se va buscando conocer con verdad en todo su dinamismo para hacerse cargo de ella en lugar de simplemente cargar con ella y no como meros objetos en los que hay que depositar información y desarrollar hábitos de obediencia y sumisión.
Esto implica una educación que desmitifique la realidad o la imagen de la realidad que nos venden el mercado y el poder político y mediático para no temer a su desvelamiento tal como es, por más dolorosa y triste que sea. Una educación en y para la realidad cambiante y dinámica que está pidiendo nuestra intervención para ser mejorada, para convertirse en un mejor escenario, más propicio para la humanización de todos, para no excluir a nadie, para vernos todos como iguales en dignidad.
Restauremos la triunidad entre pensamiento, lenguaje y realidad para poder formar en el cuarto elemento: una verdadera praxis humana y humanizante que asuma la responsabilidad de la transformación del mundo.