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Educación y política

Carlos Ornelas

La educación es política y la política es educación, recoge una disposición del filósofo italiano Antonio Gramsci. La andanada gubernamental, del presidente Andrés Manuel López Obrador en persona, contra el Instituto Nacional Electoral (INE) y la réplica que recibe de partidos de oposición, organizaciones sociales, periodistas e intelectuales, acaso ofrezca más lecciones de cultura ciudadana que las clases de civismo o de educación cívica y ética, que es como se le denomina en el currículo vigente.

En estricto sentido, la tribuna de las mañaneras no persigue educar a las masas, busca seguidores fieles, convencidos o tal vez hasta fanáticos. Se vilipendia al pensamiento crítico e independiente y a todo aquel que no concuerde con la doctrina del patriarca. El presidente López Obrador despliega una narrativa mañosa con el ánimo de polarizar a la sociedad, no de unir a la nación. Tiene el poder, pero busca la hegemonía política y trascender más allá de su periodo; sólo los ingenuos creen que se retirará a su rancho cuando termine su gobierno.

Quizá el Presidente también aspire a obtener la hegemonía cultural al incorporar demandas de segmentos sociales (contra la corrupción, primero los pobres) y se envuelve en el manto de creencias populares y símbolos patrios (imágenes de Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas que luce con los colores de Morena).

Además, quizá piense que los mexicanos tienen un profundo sentido místico, porque mezcla la religión con la política —incluso con su persona— en los panegíricos que dicta en el Palacio Nacional. El más reciente este viernes 4: “Pues sí, Dios quiere que nos vaya bien, sin duda…” (Excélsior, 5/11/22; nota de Arturo Páramo).

Pero en la política, el ejercicio del poder encuentra respuesta, una favorable, la de los convencidos o de quienes le creen por conveniencia, temor u obediencia. Pero también la contestación a los designios del poder. Si el presidente López Obrador quería dividir al país, lo logró. Si bien su popularidad es estable —y la presume a cada rato, como el viernes mismo— el funcionamiento de su gobierno deja mucho que desear, según las mismas encuestas que lo valoran alto.

Es más, la andanada contra el INE concita una asociación informal de personas y organizaciones que se agrupan, no en su contra, sino en defensa de nuestra débil democracia y sus logros. Más allá de la lucha en las Cámaras para impedir que pase la propuesta, la movilización ciudadana despierta un espíritu republicano que estaba entumecido. Y esa llamada no es una defensa del pasado neoliberal, sino de los derechos conquistados, como el voto libre y la potestad de disentir.

Pues sí, como afirmó Gramsci, la política educa.

Los debates en la plaza pública y las redes sociales pueden ser más eficaces que los libros de texto para la educación ciudadana. Cada vez somos más los que defendemos al INE en contra de la República imperial con expresión mesiánica.

Preferimos a la democracia sobre la sumisión. López Obrador no obtendrá la hegemonía cultural.

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