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Educación plagiada

Irma Villalpando

Muy pocas cosas acontecen en la vida pública que no tengan interés educativo. Hace algunos días se dio a conocer el supuesto plagio que había cometido una de las candidatas a presidir la Suprema Corte de Justicia. El debate se abrió en diferentes frentes. En el terreno judicial se defendió el derecho a presunción de inocencia y se instó a esperar el fallo de las instancias autorizadas. En el ámbito político-partidista, la oposición denostó la acción al calificarla como parte de los comportamientos ilegales característicos a la 4T. Un tercer debate evaluó la pertinencia de las tesis como parte del sistema de titulación universitario así como la responsabilidad de la máxima casa de estudios en la comisión de tales delitos.

Sin duda, un evento de esta naturaleza se presta para que diferentes sectores de la vida pública expongan sus filias y sus fobias. Estas líneas se pliegan a la filia (que según la RAE es afición o amor por algo) de la cimiente educativa, tomando el sentido más alto y genuino de lo educativo: como proceso que abarca la formación humana -y por tanto ética- de quien comete la falta.

La decisión de cometer plagio revela un acto consciente de engañar a los otros para obtener un beneficio personal. Un engaño es un fraude y la persona que lo hace se comporta, al menos en esa circunstancia, como defraudador. También puede llamarse timador o estafador. Este tipo de decisiones se toman con conocimiento de causa y bajo cálculos premeditados. Quien decide plagiar se coloca en el lugar del beneficio propio y ajeno o indiferente del bienestar colectivo. La transgresión es de una parte legal y de otra ética. La primera se agrava cuando quien presuntamente comete la falta busca ocupar un puesto que trata de velar y defender los valores de legalidad, justicia y protección del bien común, ni más ni menos que la Suprema Corte de Justicia. Lo segundo, hace pensar que la formación ética de la persona es cuando menos, famélica.

Kant en sus Escritos sobre educación advirtió que el hombre no es sino lo que la educación ha hecho de él. Dicha tesis -al igual que muchas más desde Plutarco, Rousseau y Dewey, entre otros- señalan como principal finalidad educativa la formación del hombre, lo que es y lo que hace. El sentido axiológico más alto y noble de la educación busca el diseño de lo humano bajo la libre (pero correcta) elección que ofrece el conocimiento. Dicha libertad debe ser guiada con la reflexión consciente que armonice el bienestar propio con el de los demás.

Aunque muy probablemente se empiece a gestar en niveles educativos previos, el plagio académico es un acto que se presenta con mayor recurrencia en el ámbito universitario, ya sea en universidades grandes o pequeñas; de gran prestigio o lo contrario (Vera, 2006). Al parecer, el largo trayecto educativo que recorre una persona en su ascenso por la pirámide escolar no le alcanza para construir los elementos éticos que todo principio educativo exige. Esta idea nos sirve para señalar que, lamentablemente, entre educación y escolarización existe una suerte de caminos bifurcados.

Los griegos no se equivocaban al contener bajo el término Paideia la doble idea de educación y cultura (Jaeger, 2011). No es nuevo argüir que quien lleva las riendas de la educación es más la cultura que la escuela. Cultura entendida como expresión de los hábitos de las personas en comunidad; fuente de donde se abrevan aprendizajes tácitos, no intencionales pero de efectos duraderos. Algunos autores también les llaman aprendizajes implícitos (Sigmund & Duffy, 2009) haciendo notar que su principal componente es ambiental y por tanto se producen a través de la experiencia de los sujetos.

La naturaleza humana vista desde el campo económico describe al hombre bajo una pulsión interesada y egoísta. Una de las frases más famosas de Adam Smith da cuenta de ello: “No es la benevolencia del carnicero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses”. Dos siglos después, Gary Becker, economista también, afirmaría que las personas eligen lo que les causa mayor bienestar. Si esto fuera así y nuestra humanidad tiende naturalmente al bienestar propio por encima de los demás, razón de más por aspirar a construir en la persona la edificación ética centrada en el bien personal sin soslayo al colectivo.

Uno de los pedagogos de mayor lucidez en la pedagogía actual es Phillipe Merieu (2006), en su texto Cartas a un joven profesor, señala que los conocimientos escolares deben ser el anclaje para la construcción colectiva de un mundo basado en el respeto y la verdad. Si no logramos eso, entonces, los maestros estamos instruyendo, no educando.

Post scríptum

Al momento que se envía esta nota, el rector de la UNAM Dr. Enrique Graue emitió un pronunciamiento detallando el estatus de la investigación, asimismo, los ministros de la Suprema Corte de Justicia optaron por elegir a una candidata diferente a la ministra involucrada en el escándalo de plagio.

Sin embargo, y para nuestro infortunio, todo apunta a que temas de esta naturaleza continuarán surgiendo en la sociedad mexicana lo cual nos debe llevar a reflexionar la responsabilidad y el compromiso que deben tomar las instituciones educativas en cualquiera de sus niveles.

REFERENCIAS

Jaeger (2011). Paideia:los ideales de la cultura griega. México, Fondo de Cultura Económica.

Kant Immanuel (2015). Escritos sobre educación. Madrid, Iberia.

Meirieu Philippe (2006). Carta a un joven profesor, Barcelona, Grao.

Smith, Adam (2011). La riqueza de las naciones. México, Fondo de Cultura Económica.

Tobías Sigmund, Duffy Thomas (2009). Constructivism instruction, New York, Routledge.

Vera, Héctor. (2016). El plagio y la autonomía de las instituciones académicas. Perfiles educativos38(154), 28-35. Recuperado en 03 de enero de 2023, de:

https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-26982016000400019
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