Es indispensable dejar salir la rebeldía de los jóvenes hacia la búsqueda del bien común
Queremos que los jóvenes cambien. Es decir, que abandonen su actitud renovadora y que sigan siendo como nosotros. Los que fuimos y estamos dejando de ser, pero que amamos el presente: el pasado que es ya para los jóvenes que quieren, ahora sí, futuro. Pero el futuro que ofrecemos a los jóvenes es nuestro presente de adultos. Hacerlos renunciar a su rebeldía es impedir lo único que puede llevar a la humanidad hacia mejor.
Juan José Arreola. La palabra educación, p. 85.
Los mexicanos estamos siendo testigos no de una transformación, sino del desmantelamiento acelerado de las instituciones y la destrucción de la frágil democracia que tantos años y tantas vidas costó construir.
La distracción mediática por la enfermedad -real o inventada, pero estratégicamente ideal- del presidente, tuvo distraída a la mayoría de la ciudadanía mientras los legisladores consumaban un apresurado, desaseado, contrario al debido proceso, maratón de aprobación de iniciativas llegadas como instrucción inamovible desde el poder ejecutivo al que se subordinaron sin el menor decoro, que incluyó desde la desaparición del INSABI, en engendro disfuncional que sustituyó al mejorable pero funcional Seguro Popular, hasta la aprobación de una nueva ley de “Humanidades, Ciencias, Tecnología e Innovación”.
Ante estos atropellos y violaciones al proceso legislativo, frente a esta aprobación por consigna sin los ejercicios de parlamento abierto establecidos ni el análisis -en la mayoría de los casos, ni siquiera la lectura- de todas estas iniciativas que siguen destruyendo instituciones clave para el desarrollo del país para sustituirlas por nada, debilitando cada vez más al Estado, desapareciendo los organismos autónomos y concentrando cada vez más el poder en el presidente y, lo más preocupante de todo, en las fuerzas armadas del país, la sociedad permanece atónita, paralizada, sin capacidad de organización efectiva y reacción crítica y comprometida.
Si lo analizamos desde nuestra muy deficiente educación ciudadana, esta parálisis social no es de extrañarse. Nuestro país vivió más de ocho décadas de un sistema educativo que era un engrane más del corporativismo del partido dominante y el poder absoluto del presidente en turno. Posteriormente, la visión que Martha Nussbaum llama de Educación para la renta o para la rentabilidad, propia del sistema capitalista global, se insertó en la dinámica que la filósofa estadounidense caracteriza como la formación de máquinas eficientes y obedientes al mercado, capacitadas solamente para contribuir al crecimiento del PIB nacional, objetivo que ni siquiera logró alcanzarse con una mínima eficacia.
Los gobiernos de la alternancia no aprovecharon su oportunidad de transformar realmente la educación y cambiar radicalmente el sistema educativo desde una apuesta pedagógica, social y política para crear una ciudadanía democrática, sino que más bien reprodujeron lo peor de los dos modelos previos. La educación siguió y sigue siendo una actividad no prioritaria y el sistema educativo sigue estando subordinado a los intereses ideológicos y políticos de quienes nos gobiernan, sean del color que sean.
Muchas veces nos quejamos de que los jóvenes no tengan la suficiente capacidad crítica y la rebeldía necesaria para oponerse a este estado de cosas y presionar al poder, a los poderes fácticos tanto económicos como políticos para lograr un cambio efectivo del estatus quo.
Sin embargo, cuando manifestaron su rebeldía, aquéllas generaciones de los sesentas y setentas terminaron siendo reprimidas de forma implacable por los gobiernos en turno, con el beneplácito de los ciudadanos de las clases medias y altas que protegen por encima de todo, la permanencia del orden establecido y miran como amenaza cualquier movimiento que proponga una alternativa que implique sacrificar un poco aunque sea, de sus múltiples privilegios.
Como afirmaba el maestro Arreola, a quien vuelvo a recurrir hoy en su magnífico pequeño libro La palabra educación, los adultos “queremos que los jóvenes cambien”, pero no para proponer nuevas formas de organización social, económica o política sino para que sigan siendo como nosotros, como esos que fuimos y cada vez más vamos dejando de ser.
Los jóvenes quieren futuro, pero el futuro que les ofrecemos es igual a nuestra vida de adultos en un sistema de competencia feroz, de voracidad extrema, de imposibilidad de realizarnos humanamente, de exclusión, desigualdad, discriminación y pobreza de grandes mayorías de la población, de aporofobía, de odio al pobre como dice Adela Cortina.
Paradójicamente decimos que queremos formarlos en un pensamiento crítico, que deseamos que crezcan y se hagan independientes, que se expresen libremente, que se formen de manera integral. Sin embargo, concebimos la formación integral como la formación de clones de nosotros mismos, de nuestras formas de pensar, de vivir, de creer, de relacionarnos, de convivir y de sobrevivir -que no vivir- en un mundo hostil e injusto.
Nos quejamos de que los jóvenes no se manifiesten, no se movilicen, no se expresen contundentemente frente a las injusticias y la manipulación político-ideológica de la que hemos sido y seguimos siendo objeto desde el poder, pero cuando lo hacen nos escandalizamos, nos cuestionamos y pensamos que no los estamos formando adecuadamente por el simple hecho de que no digan lo que nosotros queremos que digan, de que no piensen como nosotros pensamos, de que no vivan como vivíamos en nuestros tiempos juveniles.
Condenamos su rebeldía porque a pesar de que nosotros fuimos rebeldes en nuestros tiempos de estudiantes, ya lo hemos olvidado y nos acomodamos al sistema, acatamos sus reglas aunque no nos gusten, nos quejamos de todos sus productos deshumanizantes, pero hemos renunciado a creer que otro mundo es posible, estamos cada vez más conformes y enamorados de nuestro presente, aunque ese presente nos esté llevando a destruir las posibilidades de futuro.
Los padres de familia, los profesores y directivos del sistema de educación formal, estamos haciendo que los jóvenes renuncien a su rebeldía y se hagan poco a poco como nosotros. Sin embargo, los jóvenes de hoy quieren futuro, un futuro distinto al que nosotros construimos porque no pudimos o tal vez porque no quisimos o las circunstancias no nos permitieron consolidar el cambio y los pequeños avances en ese sentido hoy están fuertemente amenazados.
Muchos mexicanos creyeron en el 2018 que estábamos frente a una coyuntura de un verdadero cambio para mejorar, para crecer en justicia, en transparencia, en democracia, en transparencia y combate a la corrupción. Hoy vemos que no sólo no son distintos, sino que son en muchos aspectos aún peores que los anteriores.
Hoy más que nunca es indispensable dejar salir la rebeldía de los jóvenes, promoverla, provocarla, acompañarlos para encauzarla adecuadamente hacia la búsqueda del bien común que cada vez parece más lejos. Como decía Camus: “el hombre rebelde es el que es capaz de decir NO, a las circunstancias y sistemas injustos del mundo”. Hoy es necesario educar para decir ese no, ese ya basta.
Publicado originalmente en e-consulta