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Educación, antiintelectualismo y manipulación

Isaac Asimov dijo en su momento que «la presión del antiintelectualismo ha ido abriéndose paso». Naturalmente hacía referencia a un fenómeno que inició su andadura, aproximadamente, a finales del siglo XVIII, con el surgimiento del Romanticismo. Si la Ilustración fija su atención en las bondades de la razón, tras la explosión de la revolución científica de los siglos XVI y XVII, el Romanticismo opera a modo de antítesis hegeliana del discurso previo, prestando más atención al elemento emocional y sentimental, a los aspectos ocultos, irracionales, inconscientes y tenebrosos.
Iñaki DomínguezLa presión del antiintelectualismo. Ethic. 15 de marzo de 2024.

Inicia un año difícil para nuestro país y para el mundo, no solamente por la desaceleración económica que pronostican los expertos sino, sobre todo, por el crecimiento inexplicable y altamente riesgoso de liderazgos basados en los prejuicios de raza, de clase o de ideología más que en el ejercicio de la inteligencia que busque comprender los graves problemas de estos tiempos de crisis civilizatoria para buscar soluciones para otro mundo posible.

No hace falta que revisemos análisis muy profundos sobre esta dinámica, basta con hacer un recorrido superficial en los medios y las redes sociales para ver que en México y en gran parte del mundo los lugares hegemónicos dentro de los puestos de poder económico, político, social y cultural están hoy ocupados por personas cuyo discurso y talante de actuación se basan en ocurrencias o intuiciones que nacen de emociones viscerales espontáneas e irreflexivas y se dirigen al ámbito de las pasiones de una sociedad en la que escasean los ciudadanos pensantes y libremente responsables y abundan los consumidores y los fanáticos de causas cada vez más particulares, diferenciadas y dispersas.

No se trata solamente de una especie de proceso natural en el que la inteligencia se va deteriorando por razones espontáneas. Estamos ante un fenómeno en el que además de ese deterioro hay un discurso explícito creciente en contra de la inteligencia que es promovido tanto por los que tradicionalmente se han enriquecido y empoderado aprovechando esta falta de comprensión, crítica y acción humanizante, como de los nuevos grupos que hoy llegan al poder con la bandera del combate a esos poderes fácticos históricamente establecidos.

Vivimos pues en una época de decadencia de la inteligencia pero además, en un momento de combate explícito, de crecimiento exponencial de lo que autores como Asimov, según la cita de Iñaki Domínguez que sirve de epígrafe al artículo de hoy, llaman antiintelectualismo.

Me he referido varias veces aquí a los grupos terraplanistas o antivaxers -opuestos a las vacunas- y a todos los movimientos que hoy cuestionan explícitamente desde supuestas teorías psicológicas o hasta neurocientíficas los avances de las ciencias en la búsqueda de conocimiento sobre los distintos campos de la naturaleza, de la vida y la convivencia humana. Si miramos a nuestro alrededor, podemos darnos cuenta de que cada vez hay más amigos cercanos o familiares que se adhieren de una u otra forma a estos discursos antiintelectuales.

Si recurrimos a lo que plantea Edgar Morin en El conocimiento del conocimiento y en Las ideas, el pensamiento humano es a la vez lógico y mitológico. No se trata de algo lineal, como postulaban Comte y los positivistas al hablar de etapas del pensar humano que iba a evolucionar de lo mítico a lo religioso y de ahí a lo científico en una especie de camino sin retorno.

Para el padre del pensamiento complejo, lo lógico y lo mitológico coexisten en un bucle dialógico, recursivo y retroactivo, que requiere un equilibrio siempre frágil e inestable. Parece ser que de un tiempo a la fecha, con el surgimiento de lo que Lonergan llama el Ciclo amplio de declinación de las civilizaciones, en el que se ha ido absolutizando el conocimiento de sentido común, particular, concreto y utilitario como única forma de conocimiento, el lado mitológico del bucle ha ido dominando progresivamente la cultura y el discurso colectivo.

Una de las causas de este desequilibrio entre lo lógico y lo mitológico fue sin duda el sesgo racionalista en el que derivó la inicialmente sana búsqueda intelectual y racional de la modernidad que produjo sin duda enormes avances, pero que al separar el juicio de hecho del juicio de valor -el conocimiento de la ética- según postula el mismo Morin y al olvidar o incluso despreciar las dimensiones emocional y espiritual del ser humano, produjo esa cultura antropocéntrica y tecnocrática que tanto daño ha hecho al medio ambiente natural y a las dinámicas y estructuras de convivencia humana.

La educación no sólo no es ajena, sino que ha ido reproduciendo estas macro dinámicas sociales. Durante el período moderno, se construyeron modelos y sistemas educativos acordes con la mirada logicista y racionalista sesgada, que impusieron la noción errónea de la objetividad como negación de lo subjetivo que sigue predominando en el mundo académico; y por otro lado, centraron sus esfuerzos en llenar cabezas con contenidos altamente especializados. Estos modelos pecaron de exceso y no promovieron el desarrollo de la inteligencia que como afirmaba Einstein, era imposible que actuara ante tantas exigencias de tareas y exámenes a los que se sometía -se sigue sometiendo- a los estudiantes.

De la crítica a esta visión tecnocrática y racionalista de la educación fueron surgiendo otras pedagogías más integrales y algunos elementos valiosos que se han incorporado a los currículos como las habilidades socioemocionales, la inclusión, el cuidado del medio ambiente, etc. Sin embargo, mucho me temo que en la consciencia de muchos educadores, padres y madres de familia y en la reformulación de modelos educativos, planes de estudio y concepciones prácticas sobre la educación, el antiintelectualismo está también ganando terreno.

La falta de distinción entre los diferentes tipos de saberes -tradicionales, científicos, artísticos-, el sesgo excesivo hacia la falta de rigor por un supuesto cuidado de la salud emocional de los educandos, la corrección política que está llevando a esa “batalla cultural” que pretende censurar libros por sus contenidos supuestamente incorrectos para uno u otro lado del espectro ideológico polarizado de hoy, la creciente crítica al cultivo de un correcto uso del idioma por considerarlo clasista o racista y la evidente intención indoctrinadora -tanto del neoconservadurismo como del supuesto progresismo– reflejada en planes, proyectos, libros de texto, métodos y discursos pedagógicos son manifestaciones que pueden llevar a una educación antiintelectualista muy regresiva y perjudicial.

Porque como dice el mismo autor del texto de donde tomo el epígrafe de hoy, el antiintelectualismo “…puede ser -y yo creo que sin duda es- promovido por grandes corporaciones, partidos políticos y campañas de marketing -empresarial o político-…” porque un ciudadano con menos herramientas intelectuales siempre es más fácilmente manipulable y objeto de explotación.

Cierro con una cita del mismo documento de Domínguez, que aborda las gravísimas consecuencias de este antiintelectualismo para la democraciaPodríamos hablar de la falsa noción, según la cual, la democracia significa o implica que la ignorancia es igual de válida que el conocimiento. Pero a esto deberíamos responder que una cosa es la democratización de la sociedad y otra, muy distinta, el rebajamiento de las aptitudes mentales de todos con la intención de controlar mejor sus conductas y deseos”.

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